lunes, 12 de septiembre de 2011

No saber ni la mitad.


A veces no sé como está el mundo conmigo, ni yo con él.

A veces querría poder esconderme, a veces la ropa me resulta de hormigón, como un jodido y frío muro que simula un límite. A veces quiero volar, otras ni siquiera sé a donde coño me dirijo,  a veces me pierdo y me ahogo, a veces siento que tengo las cosas más claras que el resto de los mortales, respiro, pero vuelvo a dudar.

A veces me parece que el reloj no existe hasta que me recuerdan que me está asfixiando con su tic tac. Nunca pienso en rendirme, aunque, reconozco, que a veces titubeo, se me nublan las ganas y empieza a llover. Pero, recupero fuerzas; no voy a abandonar.

Admiro a los que son valientes, admiro a los que se saben amar.
Admiro todo de lo que puedo aprender. Quiero aprender, porque si no aprendo moriré por dentro, porque no quiero saciarme nunca. Quiero sorprenderme siempre, quiero no llegar a saber ni la mitad, y así, antes de morir, guarde una pizca de ilusión por si, al final de los finales, aún pueda aprender un poco más.

Yo no sé que admiras tú, no sé a que le tienes miedo, ni cuantas contradicciones bombean tus latidos. Yo no tengo ni idea de tus sueños. Aún no me has contado tres secretos. Yo no sé cuanto duran tus bostezos por la mañana en comparación con los bostezos de por la noche. Y ahora que lo pienso, a veces dudo de tu número de zapato, de tu número de teléfono o de la graduación de tus gafas. Aún no sé cuantas veces te lavas los dientes ni cuanto te importa el mando de la televisión. Aún no conozco los 345 puntos donde tienes más cosquillas. No me he aprendido de memoria muchas cosas, lo admito, pero aún no conozco ni la mitad de ti, ni quiero llegar a conocerla, porque así, antes del punto y final, yo podré adjuntar dos puntos suspensivos, sabiendo que quedan muchas cosas más.