jueves, 5 de agosto de 2010

Playa.

Cierro ese libro.

Está claro que David Martín está enamorado de Cristina Sagnier, pero imagino que

nunca estarán juntos. David Martín se esconde junto a Ignatius B. Samson, que es él mismo. Da igual, es un libro más, me digo a mí misma como quitándole importancia al hecho de haber comprado esa historia que a veces grita mi vida, y eso, que lo cogí al azar. Alzo la vista, aún con el libro en la mano y evado mi mente.

Ya huele a sal, el sol acude siempre puntual a su cita y se esconde tras su montaña, dejándonos sus últimos rayos débiles, luz tenue, insinuando “cortesía de la casa”.

El mar y el cielo se abrazan al fondo, ambos en calma, como sin miedo, dibujando una línea de sueños inalcanzables: horizonte. El mar y el cielo hacen el amor hasta fundirse en un mismo azul, un azul que cualquier tempestad podría calmar.

Cierro los ojos, imagino, quisiera caminar como un trapecista sobre esa línea que llaman horizonte, tentar la gravedad sobre ella y reírme del mundo, como una cría chica, desde allí, desde esa línea dibujada, reírme de todo lo bueno, reírme de todo lo malo. Bailar sobre ella, tentando mi suerte, guiñándole a la vida.

Intento dejar de soñar, imaginar, delirar. Vuelvo en mí. Aprecio como las gaviotas aprovechan que el gentío regresa a casa, nadan y picotean, es su turno. Sigo mirando esa línea, quiero llegar hasta allí, sin pensar me desprendo de mi camiseta, corro, salto, estoy bajo el azul. Es la hora de cenar, ahora puedo salpicar agua al agua sin que se queje el hombrecito del bañador Ralph Lauren, puedo nadar sin preocupación de mojar a la señora del sombrero con gafas que hace como que nada; y lo hago, me siento libre. En la orilla queda algún loco bohemio más, alguna pareja enamorada discutiendo sobre el nombre de esos niños que, tristemente, nunca tendrán, o quizás sí.

Un perro, corre, corre como si fuese la última vez que lo hiciese. Al igual que yo y que las gaviotas, él también aprovecha, es su turno.

Nado sin rumbo como con ansias de encontrar otro mundo, encontrar una excusa para desaparecer de este. Mis labios saben a sal, son lágrimas. Siento como me inundo de recuerdos, los lloro y no me importa. Me sumerjo, hasta tocar la arena con mis manos, y pienso en enterrarlos allí, ojala fuese así de fácil. Pero, estoy feliz.

Salgo a la superficie y sonrío, vivir es bonito, recordar también. Imaginar aún más.

1 comentario:

  1. Increíble tía... me ha encantado, lo más bonito de todo lo bonito tuyo que he leído jamás.
    Me quedo con esto: El mar y el cielo hacen el amor hasta fundirse en un mismo azul, un azul que cualquier tempestad podría calmar.

    ResponderEliminar